Top 10 de localidades francesas con encanto

Belle Époque, los locos años veinte, la década de los sesenta... Estas ciudades y pueblos de Francia han conservado las huellas del pasado. ¡Prepara la maleta y parte a realizar un viaje en el tiempo!

Arcachon, en Nouvelle-Aquitaine

Construida de la nada hacia 1860 para los tuberculosos adinerados por los hermanos Émile e Isaac Pereire, la Ciudad de Invierno de Arcachon, con sus callejuelas en curva y llenas de vegetación para detener las corrientes de aire y sus magníficas mansiones parecidas a chalets suizos o a casas coloniales, se convirtió rápidamente en un lugar de vacaciones muy apreciado. No dejes de subir al observatorio Sainte-Cécile, punto culminante de la Ciudad de Invierno que permite disfrutar de unas vistas extraordinarias de la localidad y de toda la Bahía de Arcachon.

Biarritz, en el País vasco

Pequeño puerto pesquero convertido en residencia de verano de los miembros de la monarquía gracias a la emperatriz Eugenia, Biarritz impresiona por su arquitectura heterogénea que mezcla rocalla, Art Nouveau, neorregionalismo vasco o Art Déco, como el casino municipal. En la misma tradición que la villa Eugénie, actual Hotel du Palais, o la villa Belza, encaramada sobre el océano, su frente de mar conserva unos acentos novelescos y espectaculares que es mejor descubrir fuera del periodo de verano debido al gentío.

Deauville, en Normandía

¿Dónde mejor que en Deauville para conocer el encanto anticuado de las localidades balnearias frecuentadas y celebradas por la burguesía del siglo XIX? Surgida bajo el Segundo Imperio de las marismas situadas junto a Trouville, Deauville sigue siendo igual de garbosa y lujosa, con su casino de la Belle Époque, sus carreras de caballos, sus elegantes cabinas de playa y su paseo de planchas tan cinematográfico. Su plano urbano de estilo Haussmann y su proximidad con la capital le valieron rápidamente su reputación de “21º distrito de París”, y sigue ofreciendo esta impresión onírica de que uno va a encontrarse con el mar al final de una calle.

Dinard, en Bretaña

¡Tan británica! Más de 400 suntuosas mansiones construidas por la aristocracia inglesa con sus “bow-windows” (ventanas arqueadas) orientadas hacia el mar y agarradas a los acantilados, han hecho que Dinard y sus playas paradisiacas parezcan ancladas en el periodo fasto de la Belle Époque y de los locos años veinte. Muchas de ellas han sido declaradas monumentos nacionales; las más bellas se alzan en las puntas de la Malouine y de Moulinet, dos espolones rocosos que se hacen frente y enmarcan la playa de l’Écluse. También se accede a ellas a través del hermoso paseo costero del Clair de lune.

La Bourboule, en Auvernia

Sinónimo de cura para todos los jóvenes asmáticos de Auvernia, La Bourboule es una pequeña localidad que ha quedado anclada en una Belle Époque teñida de kitsch. Encajonada entre los montes Dore, de color verde en verano, rojo fuego en otoño y blanco inmaculado en invierno, La Bourboule es un condensado de la arquitectura de finales del siglo XIX y comienzos del XX, con un eclecticismo propio de los fastos de las ciudades de aguas. El Gran Hotel des Îles Britanniques o el Gran Hotel de Russie ya no reciben a personalidades de primer orden, pero la acogida a los turistas forma parte de la identidad de la localidad.

Le Touquet, en Altos de Francia

En 2012, Le Touquet-Paris-Plage celebró 100 años, con el recuerdo del periodo de entreguerras, la edad de oro de esta localidad costera, cuando los aristócratas y británicos coincidían en los greens del campo de golf, en las pistas de tenis o en el hipódromo. En la actualidad, para captar el ambiente de los locos años veinte es mejor alejarse del centro de la localidad, parcialmente destruido durante la II Guerra Mundial, y alquilar una habitación en uno de los hoteles de lujo históricos, antes de ir a pasear por los pinares, a lo largo de caminos a la sombra junto a mansiones blancas con un encanto pretérito.

Morzine, en los Alpes

Lejos de las ciudades-estación, Morzine permite sumergirte en tus recuerdos de infancia, los de las vacaciones de invierno en familia donde se descubría un pueblo nevado al final de un largo periplo en coche. Pese a su importante territorio esquiable, Morzine ha sabido seguir siendo un pueblo con un carácter íntimo, al abrigo del furor de las construcciones modernas. Situada en el valle de Aulps, la estación se abrió al turismo en los años veinte, pero sin renegar de su historia agrícola. De ahí esa sensación de pueblo auténtico, que refuerzan la madera y la piedra, omnipresentes en la arquitectura, y los tejados tradicionales cubiertos de pizarra.

Refugios del Club Vosgien, en Alsacia

Aquí el siglo XXI se queda atrás. Al entrar, el visitante deja sus botas de marcha cerca de las estufas de porcelana típicas de la región, se sienta en una mesa de madera, prepara su comida en una cocina de fundición, bebe agua de la fuente, juega o lee un libro con una iluminación escueta. Estos hermosos chalets, construidos a partir del siglo XIX por el Club Vosgien, siguen siendo conservados por las secciones locales de la asociación. Son accesibles para una o varias noches a unos precios bajos, a menudo en dormitorios. Algunos también ofrecen comidas.

Royan, en Nouvelle-Aquitaine

Un regreso a los Treinta años Gloriosos, a los decorados de Spirou y de las películas de Jacques Tati. Royan, escaparate del modernismo de los años cincuenta, debe descubrirse desde el ferry que cruza el estuario de la Gironda: las fachadas de hormigón blanco de la playa de Foncillon, mansiones que evocan el estilo de Brasilia, edificios sobre pilotes, decorados con colores primarios, con sus crujías y ojos de buey… En la localidad se desarrolla un juego de pistas arquitectónico. Del casino-rotonda a los pórticos del frente de mar, sin olvidar la iglesia de Notre-Dame, su figura de proa, la ciudad es una oda a los principios urbanísticos apreciados por Le Corbusier. Una “ciudad radiante” en versión baños de mar.

Soulac-sur-Mer, cerca de Burdeos

Localidad costera de la Belle Époque, Soulac, en la punta del Médoc, es considerada la hermana pequeña de Arcachon, en menos “estirada”. Desde 1874, el único andén de su estación recibe a los veraneantes que descienden del “tren del placer” procedente de Burdeos. Quinientos chalets de piedra rubia y de ladrillo, de estilo neocolonial y Art Nouveau, decorados con piñones y frisos, han conservado el caché de origen de este lugar de vacaciones burgués. Los jardines privativos merecen ser contemplados, así como la basílica románica del siglo XII, salvada de quedar enterrada en la arena e incluida en el Patrimonio Mundial de la UNESCO.